miércoles, octubre 09, 2013

¡Vamos al sobre!

Un día en el “sobre ruedas” es como una noche en la  feria sólo que sin los juegos mecánicos  ni los fuegos artificiales.  Es introducirse en una nube de compradores cuya densidad mengua conforme declina el día. Es probar las amargas mieles del bajo poder adquisitivo.   Es fantasear un rato, es creer por un instante y nada más por un instante que estamos en alguno de los grandes centros comerciales de New York o de París mientras nos probamos un pantalón estadounidense de factura china, vietnamita o mexicana.  Un día en el “sobre ruedas” es un día en que se luce en las muñecas la libertad y la serenidad: las pulseras que el detector de metales de la fábrica confinó a los muros silentes del hogar. 
     El mercado ambulante, el provisional, el que apuesta por un nomadismo sedentario, el mejor conocido como “sobre ruedas” o como  “la mesilla”  o simplemente como  “el sobre”,  forma parte indisoluble del paisaje comercial de Tijuana.
   Llega a establecerse un día en particular de la semana en las calles más transitadas y por temporadas peligrosas de los barrios populares  y de algunos fraccionamientos clasemedieros.  Desde muy temprano invita a su feligresía a rendirle culto al Santo Niño Consumido patrono de las clases subterráneas, inferior en categoría y en número de creyentes al Santo Niño Consumismo patrono de la clase divino-celestial.  Llega pero con la intención de irse, llega para no quedarse, para no echar raíces en las aceras suburbanas porque por eso es “sobre ruedas”,  su destino es ir de acá para allá sobre los neumáticos gastados de las camionetas o trocas como usted guste llamarle, que una imaginación aún no dañada por las series de televisión estadounidenses podría comparar con los camellos cargados de  mercancías de las antiguas caravanas árabes. 
Su constante movilidad nos recuerda que las oportunidades nunca deben desaprovecharse,  y mucho menos las oportunidades comerciales, a las ofertas hay que tomarlas en el acto quién sabe si la próxima vez las veamos, quién sabe si la  próxima vez encontremos zapatos de marca tan baratos, quién sabe si la próxima vez hallemos esa computadora portátil con la última versión de Windows desechada por algún riquillo cansado de las obsoletas cosas nuevas. 
            Universitarios sin libros que los delaten como tales, estudiantes con pinta de futuros capos, amas de casa con sus hijos en brazos y en carreolas, madres solteras en busca del casamiento, obreros redimidos momentáneamente de la maquiladora, mecánicos graciosamente engrasados, albañiles de cemento y cal, maestros que pasean como los chiquillos a los que reprueban por saber más que ellos, adolescentes en busca de conquistas, mendigos que vienen a hacerle compañía a los perros callejeros, prostitutas y homosexuales, drogadictos y carteristas,  predicadores con Biblia y altavoz en mano, parejas de novios en buscan de un mejor objeto de su amor, componen entre otros grupos la amplía  y heterogénea clientela que recorre lenta o apresuradamente, según el estado del tiempo emocional, los pasillos del mercado móvil.
 Allí las puertas están abiertas para todos los que quieran entrar, aunque son mejor recibidos aquellos que gustan de hacer sus compras con dinero contante y sonante, las únicas tarjetas que se ven circular son las tarjetas telefónicas que expenden en el cubículo de una compañía de telefonía celular.   Las diferencias se pasan por alto, todos son bienvenidos en el paraíso de las compras al por mayor con poco capital.
            Mientras se camina o se intenta caminar entre la gente apiñada, los automóviles y los puestos, el olor de la comida típica  embriaga la nariz  hasta dejarla fuera de combate.  Uno no sabe que olor es el más seductor, el que va a ganar la batalla del antojo.  Por un lado está el aroma de la carne asada con sus frijoles negros, y por otro el de la birria, las carnitas, el chicharrón, el menudo y la infaltable pizza.  A veces la comida pone en jaque al sentido del olfato.    Qué diferentes serían las compras sin un lugarcito donde detenerse a descansar y para aprovechar el tiempo, satisfacer el hambre que queda después de haber satisfecho el apetito de artículos en oferta.
 Así pues, los puestos de comida instalados en el área que el resto de la semana le pertenece a los botes de basura  y  a los vehículos, ofrecen un servicio inestimable para los visitantes del sobre-ruedas.  Amigos y familias enteras se sientan en torno a mesas de plástico con vestigios aún frescos del festín anterior y se disponen a disfrutar de los exquisitos platillos de doña Chole o como sea que se llame esa diosa de la cocina de ocasión.  Un pequeño vistazo u oidazo a sus conversaciones nos permiten conocer más a plenitud el espíritu humano, y en particular el espíritu tijuanense.  No hay nada como una buena comida para desahogarse con un agradable sabor de boca.  ¿Y de qué se habla en los comedores provisionales del sobre-ruedas? Se habla del trabajo en la fábrica que se vuelve cada día más pesado, del jefe que no se toca el corazón a la hora de rebajar el sueldo por un retardo, de la enfermedad de la madre que no sólo se acaba a la madre sino también los ahorros de la familia, de la chica que por hermosa es inalcanzable, del chico que por mujeriego es el sueño de todas, del partido de soccer y de la vaquita perdida nuevamente, de la telenovela de moda, de la balacera en la que se murió el hermano del vecino, de lo “suave” que es la vida del otro lado de la frontera, del incremento de los impuestos y del bajo salario, de los viejos amores, del terruño que se tuvo que dejar porque “allá está jodido, uno se muere de hambre” y de tantas otras cosas más que la memoria se niega a retener por más vitaminas y suplementos alimenticios que uno ingiera.
            Pero al “sobre ruedas” no se va a comer,  ese no es el objetivo principal, se va a comprar, a comprar lo que el sueldo menos el ISPT, el ISR, la cuota del IMSS y del INFONAVIT, y el resto de impuestos que se nos imponen para mantener nuestro glorioso nivel de vida, permite comprar.   Al llamado del “pásele, pásele, pruébeselo sin compromiso” acuden las y los compradores a los puestos de ropa nueva o semi-nueva.  Los pantalones vaqueros de marca a cien pesos son irresistibles, el abrigo a cincuenta pesos no puede dejarse, las prendas a dos pesos son la locura, las minifaldas a un precio de risa quién diablos las dejaría.  Qué importa que los probadores improvisados se ubiquen en medio de mirones imprudentes, qué importa  que la camisa escogida tenga manchas sumamente raras pero que aún así combina con el pantalón caqui, que importan esos detalles si en la siguiente “party” los amigos se quedaran boquiabiertos.
Y mientras unos compran ropa otros van por herramientas, por gafas para sol, por útiles escolares, por bicicletas, por refacciones, por chucherías con que adornar los rinconcitos de la casa de interés social, y por una larga lista de  cosas que el lector preferirá conocer por sí mismo.  Al “sobre ruedas” se va a comprar y a olvidar, a pensar y a dejar de pensar, a pasear con el perro y con la perra soledad, a tener charlas informales que sólo ahí  pueden tener lugar, a convivir con otros seres humanos que padecen la misma suerte que uno, a pasar con la familia un humilde rato agradable que compense -no del todo, por supuesto- la imposibilidad de disfrutar de otras distracciones por falta de recursos.
            Para conocer la idiosincrasia de Tijuana basta con ir al “sobre ruedas”.  No trate de entender a la ciudad mediante  libros,  hágalo leyendo los rostros, los gestos, los ademanes, el vocabulario de su gente que se da cita en el mercado ambulante.  El alma de las ciudades está en sus ciudadanos. Tómese el tiempo para conocer a las mujeres y a los hombres que con una sonrisa extraída de su habitual estado vegetativo desfilan por los pasillos congestionados del “sobre”  y empápese un poquito tan sólo un poquito de su historia, quizá descubra que el “vamos al sobre” no es otra cosa que el preludio de una gran excursión por las entrañas humanas de esta nuestra ciudad de concreto blanco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Alberto!! Me gusto este del sobres sobres sobres,haha es verdad lo que dice,y muchas veces uno va tan solo a asolearce por que no encontraste lo que buscabas y a pesar d q te quieren vender las cosas como nuevas uno no deja de ir haha ya sea por falta d $ o por no tener tiempo d ir a .u.s.a haha o tan solo por ir a comprarte un Diablito o tejuino jaja....salu2 :D