martes, octubre 15, 2013

Hombres necios...


“Hombres necios que acosáis­/a la mujer con pasión”, pudiese ser la versión actualizada de esos versos octosílabos tan conocidos y aclamados por las mujeres hispanoamericanas.  Si Juana de Asbaje y Ramírez viviera hoy, sin duda alguna utilizaría su valiente y contundente pluma para denunciar el hostigamiento constante del cual son objeto las mujeres alrededor del mundo.  No importa que estemos en el siglo XXI, como si el solo hecho de estarlo equivaliera a haber destruido las barreras divisorias que por centurias han existido.  La situación de la mujer en algunos países es comparable a la que prevalecía en el medioevo.
            Ya sea a causa de la religión, la tradición o la ideología, el status de la mujer en la mayoría de las sociedades, salvo contadas excepciones, siempre ha sido inferior al del hombre.  Siempre se le ha segregado o, en el mejor de los casos, considerado como simple objeto de ornato.  Lo que trae como consecuencias el que no se le permita desarrollar su potencial, el que se le impida hacer aportaciones importantes para el bien colectivo, el que se carezca de su perspectiva única en la resolución de cuestiones de primer orden, el que se le orille a llevar una vida dependiente y por lo tanto sofocante, y el que se le trate de forma indigna, humillante y vil. Quizá esto último represente el aspecto de mayor repulsión en el tratamiento  hacia el llamado sexo débil.
            De acuerdo con lo anterior, el acoso sexual sería uno de los tratos más deplorables dispensados a las mujeres.   En términos generales, ellas lo empiezan a sufrir desde la pubertad  y no se ven libres de él hasta que están muy entradas en años.  Sólo cuando la edad se encarga de proporcionarles la anatomía propia de la vejez, pueden sentirse a salvo de ser el blanco de la lascivia masculina.  No hace falta indicar los lugares en donde son más propensas a padecer esta modalidad de acoso, puesto que en todas partes están expuestas.  Desde el auditorio de una iglesia, pasando por la calle, hasta la sala de un velatorio.  Tampoco hace falta señalar que los parientes, los condiscípulos, los compañeros de trabajo y los transeúntes ociosos son los encargados de hacerles pasar malos ratos.   ¿Qué mujer puede sentirse segura en circunstancias como éstas?  ¿Qué mujer puede confiar plenamente en un hombre cuando ya ha sido víctima de la lujuria de otro?  ¿Qué mujer puede sentirse bien con su cuerpo cuando éste supone un peligro para ella?
Se cree que un piropo obsceno no es nada que amerite sanción, ni que un roce impropio sea castigable, ni que una mirada descarada sea vituperable.  Sin embargo, todas estas acciones aparentemente intrascendentes pueden desembocar  con el paso del tiempo en agresiones sexuales cuyas repercusiones son difíciles de evaluar.  El acoso sexual -en todas sus formas- hacia las mujeres no es un asunto menor, es un tema que precisa un estudio minucioso con el fin de hallar los mejores mecanismos para prevenirlo y combatirlo.  Hombres y mujeres debemos hacerle frente conjuntamente a este flagelo.  La indiferencia no sirve para nada, el quedarse de brazos cruzados es una ofensa.  En un mundo donde priva el desinterés por el bien ajeno, urge hacer la diferencia trabajando con ahínco en pro de la dignidad humana.

domingo, octubre 13, 2013

A cuarenta y cinco años del 68


 

“El hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”  sentenció categóricamente uno de los pensadores más agudos  en la historia de la humanidad.  Pocos podrían poner en tela de juicio la veracidad de dicha observación ante el apabullante número de ejemplos que así lo evidencian.  El insaciable apetito de poder  y de dominación altera de tal modo el raciocinio que en su consecución,  el hombre  ha perpetrado actos de execrable  brutalidad.  No hay principio moral capaz de contener la bestialidad de aquellos que buscan detentar el poder cueste lo que cueste.  Y aquellos que ya tienen en sus manos el mando con espantosa frecuencia  se auxilian de la violencia para consolidarse en él.
            Hace cuarenta y cinco años en México hubo un acontecimiento que puso de relieve lo que el ejercicio  abusivo e irracional del poder puede tener como resultado.  El miércoles dos de octubre de 1968 en una manifestación pacífica orquestada por  universitarios que concentró entre cinco y quince mil personas en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, unos mil quinientos soldados balacearon con pistolas, metralletas y rifles de alto poder a jóvenes, adultos, mujeres, ancianos y niños sin el menor rastro de compasión.  David Vega, líder estudiantil que discursaba  en el momento en que empezó el ataque militar, nos cuenta parte de lo ocurrido:
            “En mi turno al micrófono leí el discurso  con la enjundia y el entusiasmo de mis 22 años.  Al tratar el tema de los locutores de televisión creció el entusiasmo mientras ingresaba a la plaza de las Tres Culturas un grupo de ferrocarrileros prendiendo las señales que usan para su comunicación.  Un helicóptero había dado varias vueltas sobre nosotros y en un momento, cuando sobrevolaba el Edificio de Relaciones Exteriores, arrojó sobre la plaza una bengala verde, lo que causó una ola de expectación en la masa reunida.  Sonaron los primeros disparos, que ubiqué en la parte interior del Edificio Chihuahua. (…)  A mis espaldas se escuchaban jaloneos y gritos; en la Plaza la gente se arremolinaba y seguían los disparos. (…)  Siento un golpe contundente en la cabeza.  Todo se me oscurece.  Empiezo a caer, un instinto me reclama incorporarme, caigo, me levantan a jalones y me encuentro ante tres individuos, uno me pone una ametralladora Thompson en el estómago, “no te muevas hijo de la chingada”, levanto las manos y los otros dos de guante blanco       -integrantes del llamado Batallón Olimpia- me golpean con la pistola, me tiran cachazos a la cara y retrocedo hasta la pared con las manos en alto”.     
            David vega fue uno de los dos mil  detenidos y golpeados a culatazos por el ejercito en una acción que según un informe de la Presidencia de la República encabezada por Gustavo Díaz Ordaz  “acabó con el foco de agitación que ha provocado el problema” y “que se garantiza la tranquilidad durante los  Juegos Olímpicos”.  Juegos Olímpicos que se inauguraron el día 12 de octubre como si nada hubiese pasado diez días atrás, como si cientos de universitarios y personas en general no hubieran muerto a golpes o por efecto de las armas de fuego, como si muchos otros no hubieran desaparecido durante la infame represión en Tlatelolco.   En un país cuyo único interés en ese entonces era granjearse el respeto y la admiración de la comunidad internacional, era vital aplacar cualquier signo de disgusto social a como diese lugar, si se quería ser una digna sede de los Juegos que promueven - o que dicen que promueven- altos ideales humanos.  Lo importante era mostrar una imagen atractiva y decorosa ante las naciones extranjeras, poco importaba que no correspondiera con la realidad repugnante y abyecta que sufrían los ciudadanos.
            A cuarenta y cinco años la herida no ha terminado de cerrarse y no cicatrizará hasta que no se satisfaga el deseo de justicia de aquellos que aún la reclaman.  Aquel acto de represión efectuado  con  saña y con el beneplácito del gobierno federal no puede relegarse al olvido, como si el paso del tiempo eximiera de su culpa  y responsabilidad a los involucrados.  El olvido es otra arma efectiva de los criminales.  Olvidar las injusticias es tanto como alentarlas.  Olvidar las injusticias es tanto como enajenar nuestra dignidad.  Olvidar las injusticias es decirles a los abusivos “he mira, no importa cuanto sufrimiento me causes, yo no diré nada, estoy contento con ser el saco donde descargues  tus golpes”.   No, no se trata de ser rencorosos, de desear venganza, sino de hacer cumplir la ley, de exigirle su cumplimiento a las instituciones encargadas de su impartición.
            A cuarenta y cinco años de aquellos sucesos en que tanto jóvenes universitarios –muchos de los cuales eran simpatizantes de la ideología comunista–  como la población en general fueron víctimas de la intolerancia, de la prepotencia, del salvajismo institucional, debemos analizar con ojo crítico –y muy crítico–  el estado actual en que se encuentran los órganos del país.   ¿En verdad hemos evolucionado como nación? ¿Podemos decir que el respeto a los derechos humanos es uno de los pilares en los que hoy por hoy  se sostiene el Estado?  ¿Por qué pese a las experiencias vívidas nuestro país sigue registrando casos de violencia  y represión contra los ciudadanos que ejerciendo su legítimo derecho a manifestarse salen a las calles a expresar su inconformidad hacia el gobierno? ¿Por qué nuestro sistema judicial sigue dando claras muestras de parcialidad, corrupción e incompetencia?  Hay muchas más preguntas que hacerse, hay muchos cuestionamientos más que debemos plantearnos y plantear a la autoridades respectivas.  Como sucede con  los seres humanos, una nación no avanza si no empieza su transformación desde sus cimientos.  Y una nación que no avanza, es una nación estéril.
            A cuarenta y cinco años de la masacre en Tlatelolco, México todavía nada sobre la escoria, y parece que así seguirá por mucho tiempo más.   A cuarenta y cinco  años la memoria todavía duele.

 

miércoles, octubre 09, 2013

¡Vamos al sobre!

Un día en el “sobre ruedas” es como una noche en la  feria sólo que sin los juegos mecánicos  ni los fuegos artificiales.  Es introducirse en una nube de compradores cuya densidad mengua conforme declina el día. Es probar las amargas mieles del bajo poder adquisitivo.   Es fantasear un rato, es creer por un instante y nada más por un instante que estamos en alguno de los grandes centros comerciales de New York o de París mientras nos probamos un pantalón estadounidense de factura china, vietnamita o mexicana.  Un día en el “sobre ruedas” es un día en que se luce en las muñecas la libertad y la serenidad: las pulseras que el detector de metales de la fábrica confinó a los muros silentes del hogar. 
     El mercado ambulante, el provisional, el que apuesta por un nomadismo sedentario, el mejor conocido como “sobre ruedas” o como  “la mesilla”  o simplemente como  “el sobre”,  forma parte indisoluble del paisaje comercial de Tijuana.
   Llega a establecerse un día en particular de la semana en las calles más transitadas y por temporadas peligrosas de los barrios populares  y de algunos fraccionamientos clasemedieros.  Desde muy temprano invita a su feligresía a rendirle culto al Santo Niño Consumido patrono de las clases subterráneas, inferior en categoría y en número de creyentes al Santo Niño Consumismo patrono de la clase divino-celestial.  Llega pero con la intención de irse, llega para no quedarse, para no echar raíces en las aceras suburbanas porque por eso es “sobre ruedas”,  su destino es ir de acá para allá sobre los neumáticos gastados de las camionetas o trocas como usted guste llamarle, que una imaginación aún no dañada por las series de televisión estadounidenses podría comparar con los camellos cargados de  mercancías de las antiguas caravanas árabes. 
Su constante movilidad nos recuerda que las oportunidades nunca deben desaprovecharse,  y mucho menos las oportunidades comerciales, a las ofertas hay que tomarlas en el acto quién sabe si la próxima vez las veamos, quién sabe si la  próxima vez encontremos zapatos de marca tan baratos, quién sabe si la próxima vez hallemos esa computadora portátil con la última versión de Windows desechada por algún riquillo cansado de las obsoletas cosas nuevas. 
            Universitarios sin libros que los delaten como tales, estudiantes con pinta de futuros capos, amas de casa con sus hijos en brazos y en carreolas, madres solteras en busca del casamiento, obreros redimidos momentáneamente de la maquiladora, mecánicos graciosamente engrasados, albañiles de cemento y cal, maestros que pasean como los chiquillos a los que reprueban por saber más que ellos, adolescentes en busca de conquistas, mendigos que vienen a hacerle compañía a los perros callejeros, prostitutas y homosexuales, drogadictos y carteristas,  predicadores con Biblia y altavoz en mano, parejas de novios en buscan de un mejor objeto de su amor, componen entre otros grupos la amplía  y heterogénea clientela que recorre lenta o apresuradamente, según el estado del tiempo emocional, los pasillos del mercado móvil.
 Allí las puertas están abiertas para todos los que quieran entrar, aunque son mejor recibidos aquellos que gustan de hacer sus compras con dinero contante y sonante, las únicas tarjetas que se ven circular son las tarjetas telefónicas que expenden en el cubículo de una compañía de telefonía celular.   Las diferencias se pasan por alto, todos son bienvenidos en el paraíso de las compras al por mayor con poco capital.
            Mientras se camina o se intenta caminar entre la gente apiñada, los automóviles y los puestos, el olor de la comida típica  embriaga la nariz  hasta dejarla fuera de combate.  Uno no sabe que olor es el más seductor, el que va a ganar la batalla del antojo.  Por un lado está el aroma de la carne asada con sus frijoles negros, y por otro el de la birria, las carnitas, el chicharrón, el menudo y la infaltable pizza.  A veces la comida pone en jaque al sentido del olfato.    Qué diferentes serían las compras sin un lugarcito donde detenerse a descansar y para aprovechar el tiempo, satisfacer el hambre que queda después de haber satisfecho el apetito de artículos en oferta.
 Así pues, los puestos de comida instalados en el área que el resto de la semana le pertenece a los botes de basura  y  a los vehículos, ofrecen un servicio inestimable para los visitantes del sobre-ruedas.  Amigos y familias enteras se sientan en torno a mesas de plástico con vestigios aún frescos del festín anterior y se disponen a disfrutar de los exquisitos platillos de doña Chole o como sea que se llame esa diosa de la cocina de ocasión.  Un pequeño vistazo u oidazo a sus conversaciones nos permiten conocer más a plenitud el espíritu humano, y en particular el espíritu tijuanense.  No hay nada como una buena comida para desahogarse con un agradable sabor de boca.  ¿Y de qué se habla en los comedores provisionales del sobre-ruedas? Se habla del trabajo en la fábrica que se vuelve cada día más pesado, del jefe que no se toca el corazón a la hora de rebajar el sueldo por un retardo, de la enfermedad de la madre que no sólo se acaba a la madre sino también los ahorros de la familia, de la chica que por hermosa es inalcanzable, del chico que por mujeriego es el sueño de todas, del partido de soccer y de la vaquita perdida nuevamente, de la telenovela de moda, de la balacera en la que se murió el hermano del vecino, de lo “suave” que es la vida del otro lado de la frontera, del incremento de los impuestos y del bajo salario, de los viejos amores, del terruño que se tuvo que dejar porque “allá está jodido, uno se muere de hambre” y de tantas otras cosas más que la memoria se niega a retener por más vitaminas y suplementos alimenticios que uno ingiera.
            Pero al “sobre ruedas” no se va a comer,  ese no es el objetivo principal, se va a comprar, a comprar lo que el sueldo menos el ISPT, el ISR, la cuota del IMSS y del INFONAVIT, y el resto de impuestos que se nos imponen para mantener nuestro glorioso nivel de vida, permite comprar.   Al llamado del “pásele, pásele, pruébeselo sin compromiso” acuden las y los compradores a los puestos de ropa nueva o semi-nueva.  Los pantalones vaqueros de marca a cien pesos son irresistibles, el abrigo a cincuenta pesos no puede dejarse, las prendas a dos pesos son la locura, las minifaldas a un precio de risa quién diablos las dejaría.  Qué importa que los probadores improvisados se ubiquen en medio de mirones imprudentes, qué importa  que la camisa escogida tenga manchas sumamente raras pero que aún así combina con el pantalón caqui, que importan esos detalles si en la siguiente “party” los amigos se quedaran boquiabiertos.
Y mientras unos compran ropa otros van por herramientas, por gafas para sol, por útiles escolares, por bicicletas, por refacciones, por chucherías con que adornar los rinconcitos de la casa de interés social, y por una larga lista de  cosas que el lector preferirá conocer por sí mismo.  Al “sobre ruedas” se va a comprar y a olvidar, a pensar y a dejar de pensar, a pasear con el perro y con la perra soledad, a tener charlas informales que sólo ahí  pueden tener lugar, a convivir con otros seres humanos que padecen la misma suerte que uno, a pasar con la familia un humilde rato agradable que compense -no del todo, por supuesto- la imposibilidad de disfrutar de otras distracciones por falta de recursos.
            Para conocer la idiosincrasia de Tijuana basta con ir al “sobre ruedas”.  No trate de entender a la ciudad mediante  libros,  hágalo leyendo los rostros, los gestos, los ademanes, el vocabulario de su gente que se da cita en el mercado ambulante.  El alma de las ciudades está en sus ciudadanos. Tómese el tiempo para conocer a las mujeres y a los hombres que con una sonrisa extraída de su habitual estado vegetativo desfilan por los pasillos congestionados del “sobre”  y empápese un poquito tan sólo un poquito de su historia, quizá descubra que el “vamos al sobre” no es otra cosa que el preludio de una gran excursión por las entrañas humanas de esta nuestra ciudad de concreto blanco.

Encuentro


“Con diez cañones por banda,
Viento en popa, a toda vela,
No corta el mar, sino vuela,
Un velero bergantín”.
- José de Espronceda

                                                       Un homenaje indirecto a Lorca

Catalejo en mano
Desde proa dominando el panorama,
Afina la vista el capitán,
Creyó haber avistado
Llameantes hipocampos saliendo
De la morena matriz de la mar.
Sin embargo,
Nunca hubo nada semejante,
Todo fue obra de su imaginación
Alterada por el exceso de sal.
Después de mucho navegar
El océano se vuelve desierto
Para el navegante sediento de tierra
Y de espejismos marítimos fecundo.

El anclado buque rechina
Al suave golpeteo del oleaje
Mientras embarga al marino
Una tristeza de arena y coral.
Toma asiento cerca del mástil
Y anudando las pálidas manos,
Extiende sus torvas reflexiones
Más allá de la Osa Mayor.

Su taciturno corazón agonizante
En otro tiempo blanca ballena
Que defendía sus pulcras aguas
Contra la invasión de barcos mercenarios,
Expulsa gruesas escamas de sangre.
Hoy desprovisto de tripulación
Un fantasmal bajel capitanea.
¡Qué terrible tragedia vivida
Por el almirante circundado de espectros;
Ay, cuanto dolor el del hombre
Cuya red no puede pescar estrellas!

No existe mar, isla o puerto
A que su tesón no lo haya llevado:
Todo marinero de buena laya
Sabe que cuando el viento comba las velas
A la aventura está siendo llamado.
A pesar de ello
La felicidad, la satisfacción, la euforia,
Jamás en su alma han encallado;
Bien sabido es que la plenitud genuina
No es corriente perla de ostra humana cualquiera,
Nace en aquellas que superan
Su insulso destino de molusco,
Y el aún no lo supera.

¡Atención algo pasa, algo sucede!
Nuestro atormentado hombre de espuma
Pegó un brinco de su asiento.

Miró algo en babor
Que estupefacto lo ha dejado
¿Será otra alucinación nocturna,
Un juego desquiciado de su mente?
Observa atento, luego se vuelve,
Ve una vez más y de nuevo desvía la mirada,
La niebla obstruye su visión.
Duda, duda, duda, ¿será posible?:
“¡Oh viejo barco mío será posible?
¿Si las sirenas no existen… Verdad?
¿Tú y yo lo sabemos… Verdad?
¡Diantres!
¿Entonces esa figura
A que ser corresponde?
¡¡No, no es una sirena!!
¡Fijaos bien, se trata de una mujer!”.

En efecto,
Del lado izquierdo de la embarcación
Encima de la roída barandilla
Una esbelta doncella flota entre la niebla;
Dótala de enorme elegancia
Un ceñido vestido obscuro;
Adornándole ambas sienes están
Los labios rosados de un caracol;
Y como mascada en el cuello ostenta
Un brillante pañuelo de algas azules.

-¡Dios!- exclama el marino.
-He enloquecido. A tal condición
Condujéronme estos solitarios años
A la vela en busca del muelle
En el cual jamás atracaré.
Dicho lo anterior irrumpe
En una estentórea carcajada.
Carcajea, carcajea sin freno
Se convulsiona, tose, escupe,
Echa espumarajos por la boca,
Se rasga las ropas,
Se rasga las carnes,
Pierde el conocimiento.

La ingrávida mujer
Que hasta entonces veía
Todo sin inmutarse
Desciende paulatinamente.
Arrodillada
Cerca del maltrecho desfallecido
Alza sus brazos al horizonte
De donde hacia el cuerpo inerte bajan
Gaviotas, pelícanos y albatros.
Ella lo mira mira,
Ella lo está mirando.
Lo mira risueña,
Piadosa, amable, fraterna,
Curiosa, jovial.
Lo mira como quien ve desde las alturas
La longitud inmedible del abismo;
Como quien contempla una rosa
Derramar savia negra;
Como quien pasa revista a las ruinas
De un imperio desolado por la espada;
Como quien analiza la modalidad
Más horrenda en que se revela la muerte.
Ella lo mira mira,
Ella lo está mirando.

-¡Dios santo! Mi demencia
Con el discurrir del tiempo agrava-
Murmura el capitán que despertando
Advierte unos femeniles ojos posados en él
Y un mare magnun de aves alrededor.
Prorrumpe en llanto, en copioso llanto,
Semejando un mísero chicuelo amilanado
Ante sus temores escondidos bajo el lecho.
¡Oh qué pena, qué desgracia,
Cuando un hombre llora
Se encrespan las olas del mar!

A cierta señal de la enigmática criatura
Las avezuchas rodean al capitán
Y generando una corriente de aire
Lo sostienen, para su sorpresa, en vilo.

Hace cesado su lloro, ya no gime,
Ahora es aterrorizada presa
Del miedo y de la confusión.
“Qué ocurre. Sé de cierto
Que esto es una mera ilusión,
No obstante, percibo todo
Como si fuese realidad”
Piensa, en tanto mira
Sus pies suspendidos en el aire.

Incorporada
La extraña mujer enlutada
Con un dejo de ironía sonríe
Al reparar en la incertidumbre
Del hombrecillo de mar.
Mas su sonrisa no es de burla,
Sino de tierna amonestación
Dirigida al testarudo Aquel
Que la toma como vulgar delirio
De una locura inexistente.

Por la leve risilla
Sintiéndose agraviado
Nuestro terco personaje
En un arrebato de valor
Interpela:
-E…exijo me explique el por qué
De su afrentoso gesto festivo.
¿Acaso mi descabellado estado presente
Antójasele graciosa representación teatral?
Ande díg… dígnese responder ángel ignoto.
¿Debo consentir mofas encauzadas
a la humillación de mi persona?...
Nada contesta, como podría:
Fruto enajenante de vesania febril-.

¡Cielos! ¡Mirad!
De súbito ha caído
Con todo su peso sobre cubierta.
Debió romperse una costilla
Ya que se soba el lado izquierdo.
Con frenesí palpita su corazón,
Su presión sanguínea aumenta,
Transpira en abundancia;
No da crédito a lo sucedido.
Unas finas manos afiladas
Se ofrecen para levantarlo.
Las desaíra, las rechaza, impreca;
Pero de nada vale su negativa
Pues su estropeada voluntad
Termina cediendo.
“Manos tan delicadas
Nunca he estrechado”
Dice para sus adentros
Sorprendido de su impresión.

Frente a Frente
Ambos guardan
Un riguroso mutismo.
El primer contacto
Lleno de sensibilidad
Los ha petrificado.
Él empieza a creer en ella,
Ella ya no duda de sí misma;
Él admite una emoción nueva,
Ella es una emoción contenida;
Él recuerda que es un ser humano,
Ella logró al fin humanizarse;
Él comprende ya su porvenir,
Ella lo sabía desde un principio.
Ella y él cristalizan
Sentimientos de belleza inefable
En un idilio nebuloso.

En lo sucesivo
Nuestro almirante cascarrabias
Ya no surcará los mares
Acompañado solo de fantasmas,
Puesto que también se hace acompañar
De la bella dama de negro.
Irán
Hasta los confines de la tierra,
Burlarán a los piratas del tiempo,
Descubrirán tesoros enmohecidos,
Conquistarán las islas de la muerte.
Todo lo realizarán
Juntos, unidos,
Inseparables, indivisibles;
Porque lo una vez en lazado
En la sombría catedral de la noche
No está sujeto al carácter
Temporal de las cosas mortales.

Poema sencillo

GARRAPATEO INDOLENTE ESTE FAMÉLICO POEMA
PARA QUE LO SACIES DE MANJARES O CHATARRA,
DE OLVIDOS COMPLETOS O RECUERDOS MUTILADOS,
DE AUSENCIAS COMPACTAS O PRESENCIAS ABULTADAS,
DE SILENCIOS EN COMA O BULLAS CONVALECIENTES.

TE ENTREGO ESTE RESIGNADO POEMA EN BANCA ROTA
SIN AHORROS, AFORE, MEMBRESIA O CELULARES,
PARA QUE  RAPIDAMENTE LO  RECAPITALICES
CON TUS ACCIONES DE SONRIZAS DESINFECTADAS,
CON TUS CHEQUES DE ABRAZOS CON FONDO ILIMITADO.


TE ENTREGO ESTE FAMÉLICO POEMA
PARA QUE LO ADOPTES Y DEJE DE SER
EL HIJO DE NADIE.

Augurio


 Hoy no saldré de casa.  Presiento lo peor si me atrevo a hacerlo.  Esta mañana un búho estornudó enfrente de la ventana de mi habitación y dicen que el estornudo de un búho es de mal agüero.  ¡Carajo!  ¿Por qué siempre me ocurren estas cosas a mí?  ¿No hubiera sido mejor que esa ave demoníaca  hubiera ido a estornudar al cristal de la ventana de mi querido vecino que es un bueno para nada, aficionado que vive la intensidad del fútbol, consumidor inveterado de cerveza Tecate, pornografía barata y mota? ¡Estúpida ave malparida! ¿Por qué no fuiste de aguafiestas a la casa de algún  otro santo hijo de Dios, por qué no le fuiste a arruinar el día a alguna de esas almas desdichadas que viven esperando a un búho en su ventana?

     Y hoy que tenía la agenda llena.  No tengo alternativa, tendré que recandelarizar mis compromisos,  ya habrá un día libre de aves mal agoreras.  No, no es una locura. Qué me garantiza que no vaya a ocurrirme una desgracia tan solo poner un pie en la calle.  Aún  no sale al mercado un dispositivo anticalamidades portátil.  Sí, tengo miedo, irrazonable si se quiere, pero quién en este oscuro, dolorido y supersticioso mundo no lo tiene.  No importa la causa del miedo, la angustia es la misma.  Ya a otros por no hacer caso de las señales les ha ido como en feria,  los han atropellado, asaltado, estafado, violado y contratado como audiencia para programas de televisión.  Sería una fatal imprudencia de mi parte ignorar los mensajes de advertencia, y yo soy un hombre acostumbrado a actuar con sensatez.  No, este día será de encierro forzoso, afortunadamente Internet evitará que sienta claustrofobia.