miércoles, septiembre 29, 2010

Tristeza

De la alegría nace la tristeza.
-Edgar Allan Poe
(1809-1849)



Es cierto
la tristeza
no es Disneylandia
ni la Muralla China
como para que atraiga
a millones de turistas al año.
Ningún empresario serio
establecería un centro recreativo
que ostentase el atractivo nombre
“Parque la Tristeza”.

Sin embargo,
es tan divertidamente fúnebre,
tan enfermizamente saludable,
que quienes están hasta la coronilla
de las frágiles alegrías fabricadas
en la maquiladora de la Frivolidad,
una vez que la visitan,
una vez que tientan el terreno,
se quedan en ella para no salir
jamás.

Sus calles huelen a fango
recién hecho por las lágrimas
de los descorazonados  y perdidos,
no a esas lamentables fragancias
de Sears, Samborns y Liverpool.
Sus Jardines son cementerios
donde echan flor las utopías,
lo sueños, las fantasías, los delirios,
que envenenan el aire
asfixiantemente  limpio de la realidad.

La luz es una invención del Sol
administrada por el Estado;
por consiguiente, no tiene cabida
en el sombrío reino de la tristeza.

Todo es oscuridad, negrura sempiterna,
tinieblas de luna, nubes azabache.
Todo es Noche que asesina
los fútiles intentos de resplandor,
y que monta para los muertos
el festivo espectáculo del dolor.

Sí, la tristeza
no es Disneylandia
pero es lúgubremente divertida;
sí, no es la  Muralla China,
pero es el mayor patrimonio de la humanidad.

domingo, septiembre 26, 2010

Mariposa

A la memoria de Edgar Allan Poe
(Publicado el 9 de febrero de 2007)


Sus ágiles alas alborotan
la fresca brisa embadurnada
de gualda jalea veraniega.
Surca el espacio dejando
una estela de polen y estambre.

Graciosa atraviesa la enramada,
graciosa alza al cielo su flor.

Se desvanece en el firmamento
entre sus delgadas patas llevando
una enigmática carga oscilatoria.

Allá, junto a un árbol marchito
y un esquilmado rosal agonizante
yace yerto el cuerpo de un hombre
envenenado al besar los labios de la luna.

Nada dicen las moscas
de la repugnante materia derretida,
nada dicen los gusanos
de la lóbrega mariposa
que con los ojos del muerto huyó.

VENABLOS

(Redactado el 27 de marzo de 2007)

Como de costumbre se reproduce
el sádico espectáculo nuevamente:
yace en la calleja pedregosa
por displicentes transeúntes atropellada
la doncella del níveo cintilar.
Su ropa hecha jirones
y sus miembros magullados
acusan la maldad de los viandantes.


Fuera de su alcázar de hojas
sobre la tierra derribada
si es majada poco importa
la flamante florecilla gentil
que con fruición se contemplaba
en la edad del rosa y el carmín.
A nadie parece consternar
la humillación de que es objeto,
al contrario, en lugar de asistirla
con puntapiés acentúan la infamia.
Es que molesta, impide
el libre tránsito, obstruye
la descomunal carrera, paraliza
el desenfreno inveterado.
Con todo, rotundos se niegan
a despejarla del camino,
pues si bien cierto daño puede
provocar a lo sacro la inmundicia
jamás podrá asestarle
el codiciado golpe de muerte.

¿Cuál fue su ofensa imperdonable
como para acarrearse tanta ojeriza?
Con su labia persuadirla intentaron
los que con tono grave y doctoral
sostienen que un íntegro rediseño moral
corresponde al cambio de las edades
en mira teniendo el uso pleno de la libertad.

Mas ella la probidad anteponiendo
a las licencias de la corrupción
de todos prefirió ser vilipendiada
a sus nocivas aberraciones secundar.
Que con cada nueva generación de hombres
cierto es que el espíritu se transforma,
empero, la variación se da en términos
de una simple fluctuación cualitativa.
Bien lo sabe la doncella, la doncella del níveo cintilar.
Sabe que un día nos preciamos baluartes
de lo que después con encono atacamos;
que un día la legitimidad de las cosas exigimos
y al otro desenfadados las mancillamos;
que un día condecoramos la sapiencia progresista
ocultando así nuestra bestialidad subyacente.
Dicho conocimiento era imposible
que en ella quedase encerrado,
fue entonces cuando sin tapujos
alzando la voz pregonó:
“¿Qué es la moral? Yo os lo diré.
La moral es un cofre sellado y vacío
enterrado en el árido seno del hombre.
Son el bien y el mal dos artilugios
construidos con la chatarra acumulada
en el repugnante vertedero humano.
¡Hombres de guardarropía
pongo en evidencia vuestra mediocridad!”
Ni bien había terminado la frase
cuando la encolerizada audiencia
contra ella violentamente se amotinó
en la calleja dejándola maltrecha.



Así es como hecha un harapo terminó,
siendo la burla de los irónicos paseantes
y hasta de quienes en otro tiempo
aseguraban compartir sus convicciones.
Plañe, se lamenta, no por los golpes recibidos,
sino por la deplorable estupidez de sus hermanos.
No obstante, no por siempre seguirá
el ignominioso estado de la doncella,
pues no indica derrota consumada
el breve vahído de los entes gigantes,
sino intervalo preparatorio
para el renacimiento triunfal.

jueves, septiembre 23, 2010

Abyección



Pronunciado el discurso
en honor a la estupidez
se procede a afianzar
los preceptos del antojo
y del juicio trastocado.

Vitorea el sinvergüenza
la inapelable abolición
de la cordura y de la norma,
pues ya no estará obligado
a asumir la conciencia del ser.

La responsabilidad
ante uno mismo y ante el conjunto
 no es un valor prioritario;
vale la negligencia lo mismo
que en otro tiempo el deber.

Hoy no es considerado oportuno, moderno,
enrregimentar  el obrar desaforado
 –aunque con rigor analizada la cuestión
tampoco lo fue en épocas pasadas–
a razón de que la libertad codiciada,
esa por la cual se arriesga
el alma, la vida, el aliento de los otros;
esa por la cual abogan
en sus aulas maestros ignaros,
no es aquella cuya raigambre se hunde
en el núcleo de la existencia del hombre,
sino aquella que desconoce e invalida
 la relevancia de sus necesidades innatas.
¿En qué momento cobró
tanta fuerza la mentira?
La tolerancia es contraproducente
 cuando de su condescendencia se abusa.
El juicio