domingo, septiembre 26, 2010

VENABLOS

(Redactado el 27 de marzo de 2007)

Como de costumbre se reproduce
el sádico espectáculo nuevamente:
yace en la calleja pedregosa
por displicentes transeúntes atropellada
la doncella del níveo cintilar.
Su ropa hecha jirones
y sus miembros magullados
acusan la maldad de los viandantes.


Fuera de su alcázar de hojas
sobre la tierra derribada
si es majada poco importa
la flamante florecilla gentil
que con fruición se contemplaba
en la edad del rosa y el carmín.
A nadie parece consternar
la humillación de que es objeto,
al contrario, en lugar de asistirla
con puntapiés acentúan la infamia.
Es que molesta, impide
el libre tránsito, obstruye
la descomunal carrera, paraliza
el desenfreno inveterado.
Con todo, rotundos se niegan
a despejarla del camino,
pues si bien cierto daño puede
provocar a lo sacro la inmundicia
jamás podrá asestarle
el codiciado golpe de muerte.

¿Cuál fue su ofensa imperdonable
como para acarrearse tanta ojeriza?
Con su labia persuadirla intentaron
los que con tono grave y doctoral
sostienen que un íntegro rediseño moral
corresponde al cambio de las edades
en mira teniendo el uso pleno de la libertad.

Mas ella la probidad anteponiendo
a las licencias de la corrupción
de todos prefirió ser vilipendiada
a sus nocivas aberraciones secundar.
Que con cada nueva generación de hombres
cierto es que el espíritu se transforma,
empero, la variación se da en términos
de una simple fluctuación cualitativa.
Bien lo sabe la doncella, la doncella del níveo cintilar.
Sabe que un día nos preciamos baluartes
de lo que después con encono atacamos;
que un día la legitimidad de las cosas exigimos
y al otro desenfadados las mancillamos;
que un día condecoramos la sapiencia progresista
ocultando así nuestra bestialidad subyacente.
Dicho conocimiento era imposible
que en ella quedase encerrado,
fue entonces cuando sin tapujos
alzando la voz pregonó:
“¿Qué es la moral? Yo os lo diré.
La moral es un cofre sellado y vacío
enterrado en el árido seno del hombre.
Son el bien y el mal dos artilugios
construidos con la chatarra acumulada
en el repugnante vertedero humano.
¡Hombres de guardarropía
pongo en evidencia vuestra mediocridad!”
Ni bien había terminado la frase
cuando la encolerizada audiencia
contra ella violentamente se amotinó
en la calleja dejándola maltrecha.



Así es como hecha un harapo terminó,
siendo la burla de los irónicos paseantes
y hasta de quienes en otro tiempo
aseguraban compartir sus convicciones.
Plañe, se lamenta, no por los golpes recibidos,
sino por la deplorable estupidez de sus hermanos.
No obstante, no por siempre seguirá
el ignominioso estado de la doncella,
pues no indica derrota consumada
el breve vahído de los entes gigantes,
sino intervalo preparatorio
para el renacimiento triunfal.

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