lunes, diciembre 12, 2005

G U L A


Nada más conmovedor
que abrir el frigorífico
y entre restos de comida
gaseosas comenzadas
y viandas hacinadas
descubrir en la nevera
envuelto para regalo
el efervescente apetito
con que paliamos el hambre
de nuestro globalizado estómago

H A S T Í O


Hoy es un día cualquiera
cualquier otro día
me sentaría mejor
que este día cualquiera

Porque otro día cualquiera
no se parecería
a los cualquiera
que cualquiera tiene

Vivir un día cualquiera
es estar sentado sobre un cáliz de ramas secas
es invitar a las zuelas de los zapatos
a cometer canivalismo
es abrocharse el pantalón
abotonarse la camisa
y arreglarse la corbata
para el ataúd
vivir un día cualquiera
es ser cualquiera para vivir

Dejar que un día cualquiera
nos viva
es suicidarse
a sorbos
a tragos
a cucharadas
y mientras más nos vive
vamos muriendo como cualquiera

Tan pesada resulta
la losa de un día cualquiera
encorva la mirada briosa
arquea la vertical entereza
pero
a fin de cuentas
para que preocuparse
si bien puedo hacerlo
otro día cualquiera

lunes, noviembre 28, 2005

O R F A N D A D


Desemparadas
desconocidas
olvidadas
gimen las estrellas
desperdigadas a lo largo del camino
por un estúpido viandante
Uno que tardó centurias
en quebrar las cadenas
impuestas por impostores
para colocarse
las suyas propias
en cuestión de segundos

domingo, noviembre 27, 2005

E P I S O D I O


Se impactan en las paredes
quejumbrosas
sílabas pestilentes
y gangrenosas
sílabas que vociferan invectivas
sílabas
que ofrecen desazones

Vasos opacados
por labios infestados de alimañas
lloran lágrimas
de cera y serrucho
levantan los brazos
cubiertos
de pintura desfigurada
y rozan
los labios putrefactos
con sus jabalinas de glóbulos
negros

Vuelan las carcajadas
grotescas
clavando sus agujas
en las orejas
que no saben como hablar
como no saben
como oir

viernes, noviembre 04, 2005

I N T E R I O R


Adentro se escucha el plañido
de astrosos mancebos descalzos
que tomaron vidrios partidos
por adoquines de jacintos.

La carne es pabilo encendido,
el alma, vela ensangrentada.

Adentro las costras reniegan
su estado de inservible ripio,
quieren coger de nuevo el tallo
en donde eran lozana fibra.

La carne es pabilo encendido,
el alma, vela ensangrentada.

Adentro los pinzones chocan
sus trinos de liana volante;
trinos adornados con hoces
para herir la lengua del río.

La carne es pabilo encendido,
el alma, vela ensangrentada.

Adentro los niños descanzan,
las costras beben clorofila,
los pinzones limpian cuchillas.
Adentro va a pescar afuera.

La carne es pabilo apagado,
el alma, vela demacrada.

I R Ó N I C O


La tarde se posa
en la mantequilla
de los edificios.
Cae. Solloza. Impreca.

Sacudiendo su agujereado estómago
el perro
a su acicalado vecino
saluda,
quien le contesta
con misiles de agua hirviendo.

La rosa, morena célula olvidada,
su aroma apabuyante
malbarata
alos mezquinos intereses
del viento
para conseguir,
acosta de sus pétalos denigrados,
la cura
para su desdeñado amigo,
el perro.

La tarde enfurruscada
ingurgita al perro
y acuchilla a la rosa.

C U A D R O


Van por la umbría corriente las tarántulas braseando
arrastrando tras de sí salamandras hematófagas.
Juntas, con los ojos empalados en platelmintos,
al esquilmado islote de vulpejas lleno llegan,
para refocilarse en el festín de hemoglobina
con hienas desdentadas y búhos con ezquisofrenia.

Degusta líbida saliva las yertas caderas
de muertas florecillas embolsadas en veneno,
con manifiestos de cresa alimenta a sus papilas,
con demandas de ataüdes soterra sus neuronas.

Moscas con extremidades de cucarachas bajan
a olisquear el vaho de uñas y corvas descuartizadas;
¡cuán amargas han de ser las arterias del desierto
que las moscas por las cañerías de la niebla escapan!

En brasas de agua iridiscente meditan jirafas,
el cuello encadenado a los colmillos de pirañas,
la trompa proscrita por ordenanza del silencio,
las patas atascadas en las bocas del pasado.
En brasas de agua iridiscente sucumben jirafas.

Sesos purulentos aguardan parvadas de cuervos,
macabros, inquietos, deseosos, locos, excitados.
Llevan en sus alas las estatuas del desencanto:
fotografías eternas del eterno desengaño.

Todo se reduce a un híbrido espasmo alucinante,
todo se concreta en una tarde desempolvada.

... Sesos purulentos aguardan parvadas de cuervos.

martes, octubre 25, 2005

HOJA


Arbórea cuna de letras multiformes
donde el rebullicio de ideas se inaugura,
algunas mueven cabeza, brazos, piernas,
otras expiran a las primeras horas.

Rota, ajada, semiquemada no importa,
gozas como sea de buen predicamento;
eres ataúd de ayeres disecados,
eres lecho de mañanas incipientes.

Borrones, taches, sudores, te avejentan
y te dejan cicatrices de madera
sobre las cuales se erigen los cimientos
del sentimiento encarnado en frase nueva.

Arbórea cuna inmutable en las borrascas
del hardware y software privatizados,
sigue guardando mis letras de grafito
mientras se inficionan los procesadores.

viernes, octubre 21, 2005

PRECIPITACIÓN


Dicharacheros venablos argentados
menesterosos cráteres desmaquillan
cuando enlutado el pañuelo etéreo expulsa
sus arengas de planeta deshollado
y en fulgores de luciérnaga partida
desangra el horizonte desmadejado.

De abrojos la hambrienta espoja talla el cuello
del abismo aguijoneado de cadalsos,
hasta que sólo quede solo el susurro
vengativo del papel patibulario,
donde avezadas guadañas titilantes
consignarán nuesvas sentencias fatales.

Raudo planea el abejorro descociendo
las rejas del cautivo lábaro afable
libre ya, corre, remonta, libre ya,
alejándose del ojeroso limo,
buscando una vistosa aldea que castige
hacer camafeos con palmas de estandarte.

Dos lechuzas cruzan el rayo encallado
en la lepra de dólmenes despeinados,
atisban revoluciones de centellas,
rebatingas de protones siniestrados;
dos lechuzas vuelven del rayo varado
seguras de que el vuelo significa algo.

VIAJE


Suelo dejar mi cuerpo colgado
en el armario
entre los zapatos deportivos
y los trajes apolillados

Suelo dejar mi cuerpo quebrado
en el túnel de su abismo
herido por las gargantas
herido por las pestañas

Suelo dejar mi cuerpo roído
por los ruidos sin eco
abierto a lo cerrado
expuesto al supuesto

Suelo dejar mi cuerpo olvidado
en su silla eléctrica
cuando regreso
mi cuerpo ya no es nada

jueves, septiembre 22, 2005

SEMIFISONOMOGRAFÍA

Jamás despertador mecánico o electrónico fabricado en Japón, China o la Unión Americana podrá rivalizar con la eficiencia del que por milenios ha provisto la sabia naturaleza: el Gallo. El mío fiel a su ralea en punto de las 5:00 a. m. afina voz e inicia su ríspido cacaraqueo. Tres o cuatro emplumados tenores más se unen a él formando una singular opereta mañanera. Su resonante concierto asaetea la imperturbabilidad de mis tímpanos, obligándome a expulsar con rudeza almohadas, sábanas, colchas y pereza mientras saco adelante mis esfuerzos por levantarme de la cama.



De pie, semidespierto, bamboleando y tropezando con el mobiliario de la habitación, llego al sanitario desesperado por estar frente al espejo. Durante muchos años he asumido como decreto intransgredible el no hacer ni pensar nada antes de verme en él. Es una extraña y ardiente necesidad de mirarse, de estudiarse, de comprobar que se es el mismo retazo de historia dentro de la historia, el mismo producto de una operación matemática existencial, el mismo sujeto particular dentro de la colectividad humana, la misma insignificante pieza en el ingente rompecabezas cósmico, vaya : el mismo monigote en el teatro guiñol universal.





Mis ojos, esos pillos sepultureros enlutados, tienen el disputado honor de ser examinados primero. De iris azabache, orlados por una gruesa tira de pestañas lacias, morenas, largas y desordenadas, despiertan con el desencanto habitual. Sobre ellos se cierne la enigmática niebla exclusiva de los ojos atormentados. Poseen el gesto meditabundo y soñador impreso por las incontables páginas consumidas de los libros. Hay en ellos un ligero matiz de ingenuidad evocador de la infancia amordazada por el tiempo.



Su capacidad mengua con el transcurso de los años, teniendo como resultado el paulatino aumento de la graduación de mis anteojos: severa consecuencia de imprudentes hábitos en la niñez. Cuando cabezudo como buen chicuelo despreocupado, creía que acortando la distancia entre el televisor y yo “Charlie Brown y Snoopy” no escaparían a unos de mis intentos por asirlos. Entonces los escondería en un mugroso costal para juguetes lleno de todo, menos de juguetes. Iría al aula de 2 grado de la primaria y, ufano y desafiante, haría encogullar todos sus denuestos a mis condiscípulos, presumiéndoles los juguetes más bonitos y únicos en todo el globo terráqueo. Como era de esperar este absurdo plan de mancebo inadaptado se fue al traste, redundando a largo plazo en las escarapeladas antiparras con que remato mi atavío actual.



Menudos, taciturnos, abismales y fantasiosos, mis ojos no figurarían en los artísticos carteles de ninguna óptica famosa, no ostentaría el premio nacional a los ojos más sexis del año, mucho menos aumentaría el raiting de los programas de cultural entretenimiento de las televisoras comerciales. Con todo, faltando poco para concluir la preparatoria, una entrañable amiga mía escribióme una extensa carta donde entre otras cosas redactó: “Me enamoré de tus ojos. Tienes una bella mirada.” Sin duda, melosas palabras que a cualquiera levantarían la autoestima, aun así no sé por qué albergo la sospecha de que fueron el grotesco desenlace de alguna especie de emoción desvirtualizadora de la realidad. De otro modo no comprendo como mi ingenua amiga aventurase tan almibarado cumplido a un par de ojos desabridos y encima cegatones.



Practicado el registro oftálmico con escrupulosidad médica, avanzo al siguiente blanco de mi cuidadoso escrutinio: mi nariz. Prolongada, amplia, con una ligera elevación redondeada en la punta, permanece, monástica, en la misma hondonada donde anoche la encontré suspirando. No presenta ninguna torcedura como legado de una gresca callejera, porque hasta ahora mi cauto pacifismo la ha librado de apostar su integridad en un salvaje duelo de a puños limpios. Caliente, tibia o fría dependiendo la temperatura ambiente, silenciosa recorre conmigo las desfiguradas callejuelas de la ciudad atiborradas de contenedores de basura con los fragantes desechos por doquier, menos en los contenedores. De cuando en cuando algún envalentonado insecto volador a pretendido aposentarse en mis fosas nasales; pero sus entusiásticas perspectivas son atajadas cuando al menor indicio de peligro, el bicharraco acosador encuentra la soñada residencia entre las hospitalarias palmas de mis manos.





La graciosa elasticidad de mis ventanas nasales pudiese hallar su origen en mis virtuosas labores excavacionistas desarrolladas durante la infancia. Según consta en archivos confiables, recién alcanzados los 8 meses de vida, con la inestimable cooperación de dos dedos índices regordetes comencé sin dilación actividades explorativas en todo lo largo y ancho de mi caverna nasal. El denuedo, la persistencia y la maestría puestos en el trabajo lograron posicionarme en un privilegiado sitio en la “Granada Sociedad de Escuincles Artífices del Moco”



Alargada, abultada, resbaladiza y granujienta, mi nariz nunca rozaría la de una cotizada top model internacional, ni sería el modelo escogido en una clínica de cirugías pláticas por las adolescente con cero amor propio, mucho menos pasearía oronda con las selectas narices melindrosas de la aristocracia. Pese a ello, ande curioseando entre las chucherías de las plazas comerciales, o vagabundeando por cada bulliciosa esquina de la ciudad, o conferenciando sobre la vida de La Rochefoucauld ante un animado auditorio de 2 o 3 desubicados, jamás de los jamases, nunca de los nuncas, desconocería a quien al través de los años no ha cesado de brindarme la complacencia de percibir los extasiantes perfumes de las flores, de transmitirme el espiritual aroma de los vestidos de natura, de ofrecerme en hondo suspiro briznas del alma de mi amada Beldad incorpórea; pero sobre todo, de reabastecerme de los pulmones de la invisible corriente vital. En suma, de quien nunca ondea la bandera roji-negra y puntual lleva a acabo sus funciones: mi nariz.



Para despedirme del espejo e inaugurar el día debo comprobar, por último, si aún conservo la misma boca o si en ella se ha operado alguna rara transformación mientras dormía. Labios anchos, rugosos, húmedos; dientes macizos, blancuzcos, pequeños; y una tímida lengua pálida, integran mi apretada galería bucal. Por fortuna, ninguno acusa caprichosas alteraciones. Si bien es cierto hoy amanecieron con mayor tenebrosidad los labios, con menor blancura los dientes, con nulo fuego dicharachero la lengua, siguen conformando la misma boca que complementa la deslucida utilería de mi rostro.



En no muy pocas ocasiones como sujeta a una inmutable disciplina marcial, guarda con rigor un mutismo inexorable que ni las más asiduas y arabescas solicitudes son capaces de perturbar. Tal vez eso explique por que me he ganado la nada envidiable reputación de ser un insulso compañero de andanzas. Has los niños experimentan cierta repulsa hacia mí cuando desmotivados abandonan sus ansias de charlar conmigo escogiendo gastar sus energías mejor ya en sus jocosos juegos con los tazos, ya las aleccionadoras peroratas televisadas del Adal Ramones.



Su mortecino color carne empata a perfección con la tristeza petrificadora que la envuelve. Su descontento inveterado aborta ex profeso al embrión de una lúdrica e infantil sonrisa. Su ecuanimidad estoica ante las zarandajas de los bufones estrella fugaces de televisión, indigna a las enajenadas bocas farfallosas de alta alcurnia. Dotada con este inmejorable equipo de virtudes mi boca obraría con inteligencia si se autodeportara a la célebre y populosa “Isla de Las Bocas Solas”.



Angosta, gruesa, adusta e intelectual no aparecería en ningún futbolístico comercial de pasta dentrífica, ni el beso aplicado por ella levantaría del letargo a ninguna bella durmiente, mucho menos saldría fotografiada en la pudorosa sección de sociales de ningún rotativo decoroso. Ah, pero ¿qué boca plasma tan académicas lagunas salivales sobre las ojerosas hojas de los volúmenes como vestigio de una extenuante noche de estudios?, ¿qué boca lanza al aire robustas utopías volantes sin que cojan de inmediato la anorexia de la realidad?, ¿qué boca se ha protegido mejor contra la intrusión aérea de las moscas mercenarias?, ¿qué boca atraviesa ciénagas argumentales sin salir del todo enlodada? Afirmo, sin creerme por ello dueño de la verdad absoluta, que hasta ahora ninguna lo hace tan bien como la mía.



¡Albricias! He llegado al final de mi reconocimiento fisonómico. Celebro no haber encontrado a nadie más que a mi mismo. Con gusto corroboré que continúo siendo el mismo retazo de historia dentro de la historia, el mismo producto de una operación matemática existencial, el mismo sujeto particular dentro de la colectividad humana, la misma insignificante pieza en el ingente rompecabezas cósmico, vaya : el mismo monigote en el teatro guiñol universal.



Ahora si me siento en la libertad de abotonarme una de mis diez camisas negras que combine con la insondable negrura del panorama terrestre; de lucir uno de mis diez pantalones negros que sintonice con el encapotamiento de las cancerígenas pasiones humanas; de calzarme uno de mis diez pares de zapatos negros que encuadre con el ininteligible proyecto destructor del hombre. Y así vestido de camposanto, fuera de casa, fuera de mi augusta soledad, de espaldas al mundo y de frente a la vida, alzando suplicante los brazos al cielo, gritar a voz en cuello:



¡Heme aquí vida! Recibid pleitesía del más diminuto de vuestros hijos: Alberto Villarosas. El pequeño escritor con fantasías de Titán.

miércoles, septiembre 21, 2005

OQUEDAD


Silencio. Todo transpira punzante silencio.
Libros acribillados, quemados e inhumados,
Cuadros sellados con finos estigmas de lodo,
Esculturas impuras sobre bases de aceite,
Sonatas hartas de batutas, solfeos y tiempos,
Danzas marginadas, desvestidas y ultrajadas,
Castillos viciados detractores del Barroco.
Todo es silencio, silencio prendado al silencio.

Cavernarias efigies insinúan remembranzas
Atiborradas de garfios, lanzas y morteros;
Son gelatinosos relámpagos asfixiados
De un entonces lampiño, robusto, hospitalario.
Sucédense como sepulcros en camposanto
Rociados como aquellos de lívido plañido;
¡oh, descansa agostado músculo tronchado
Por las avorazadas navajas del pasado!