¡A penas podía creerlo! ¡Después de doce años nuevamente estaba en uno de los estantes de mi biblioteca! Desde luego, me refiero a un libro. ¡Ah pero qué libro! Nadie me lo había recomendado, nunca había leído una reseña sobre él, tampoco figuraba dentro de las obras más vendidas de las librerías. Llegué a él por casualidad, coincidencia o quizá porque su precio era lo bastante módico para que un estudiante humilde pero con un ardiente deseo de ilustrarse –como fue mi caso- pudiera adquirirlo. ¿Qué libro sería aquel que me enganchó desde las primeras páginas? ¿Qué libro pese a su edición sencilla se convirtió en una de mis tesoros personales cuya pérdida habría de lamentar tiempo después? ¿Cuál es el nombre de la obra con la que ahora me reencuentro pasados algunos años aunque en una edición más cuidada, pero sin las anotaciones, marcas, manchas o arrugas dejadas por las manos de un incipiente lector? Su título quizá te resulte conocido estimado lector: “Las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana”.
Se trata, a mi parecer, sin pasar de soslayo sus limitaciones de una de las mejores antologías de poesía que hasta ahora se hayan realizado. Si bien su título es un tanto grandilocuente pues es imposible circunscribir a un número tan limitado lo más sobresaliente de la producción poética española, amén de que calificar de mejor a una poesía sobre otra difiere según el criterio y el gusto personal. Don Marcelino Menéndez y Pelayo (Santander, Cantabria, España 1856–1912) fue quien se encargó de seleccionar los textos que conforman este ramillete de la poesía española clásica. Conocedor de la cultura y la literatura española como lo fue, podemos tener la seguridad de que su selección fue hecha concienzudamente. Dejemos que él mismo nos informe qué poesías conforman este florilegio: “Hemos prescindido de las poesías anteriores al siglo XV […] El mayor espacio de nuestra colección va dedicado naturalmente a la edad de oro de nuestra lírica (siglo XVI y principios del XVII)”.
Así pues, en el libro confluyen varias épocas, escuelas y autores. A lo lectores de esta parte del mundo nos permite entrar en contacto con poetas que de otro modo no conoceríamos. Nos abre el apetito, nos motiva a querer saber más de la poética de Góngora, de Quevedo, de Manrique. Nos muestra el arte de la poesía en sus más acabadas manifestaciones. En esta época en que la poesía ha tomado una dirección imprecisa, es vivificante leer una antología en donde el verso se muestra en toda su belleza formal y conceptual. El verso medido, rítmico, rimado. El verso heptasílabo, el cuarteto, el verso doble de pie quebrado, las liras, los sonetos, los romances… en fin. Versos medidos y formas poéticas clásicas adornan cada página de esta obra.
Gracias a este libro conocí a uno de mis tutores poéticos, Fray Luis de León, su poesía no solo dejó en mí una profunda huella, sino también me hizo descubrir una vocación. Opino que una obra como esta debe ser leída por todo aquel que pretenda incursionar en la poesía ya como lector ya como escritor de poesía. La lectura de este libro sentará las bases para tener buen criterio a la hora de leer o escribir poesía, tanto sin nos decantamos por el verso libre como por el verso con estructura fija…
El día que recibí mi ejemplar vía paquetería mis manos sollozaron.
lunes, diciembre 02, 2013
martes, octubre 15, 2013
Hombres necios...
“Hombres necios que acosáis/a la mujer con pasión”,
pudiese ser la versión actualizada de esos versos octosílabos tan conocidos y
aclamados por las mujeres hispanoamericanas.
Si Juana de Asbaje y Ramírez viviera hoy, sin duda alguna utilizaría su
valiente y contundente pluma para denunciar el hostigamiento constante del cual
son objeto las mujeres alrededor del mundo.
No importa que estemos en el siglo XXI, como si el solo hecho de estarlo
equivaliera a haber destruido las barreras divisorias que por centurias han
existido. La situación de la mujer en
algunos países es comparable a la que prevalecía en el medioevo.
Ya
sea a causa de la religión, la tradición o la ideología, el status de la mujer
en la mayoría de las sociedades, salvo contadas excepciones, siempre ha sido
inferior al del hombre. Siempre se le ha
segregado o, en el mejor de los casos, considerado como simple objeto de
ornato. Lo que trae como consecuencias
el que no se le permita desarrollar su potencial, el que se le impida hacer
aportaciones importantes para el bien colectivo, el que se carezca de su
perspectiva única en la resolución de cuestiones de primer orden, el que se le
orille a llevar una vida dependiente y por lo tanto sofocante, y el que se le
trate de forma indigna, humillante y vil. Quizá esto último represente el
aspecto de mayor repulsión en el tratamiento hacia el llamado sexo débil.
De
acuerdo con lo anterior, el acoso sexual sería uno de los tratos más
deplorables dispensados a las mujeres. En términos generales, ellas lo empiezan a
sufrir desde la pubertad y no se ven
libres de él hasta que están muy entradas en años. Sólo cuando la edad se encarga de
proporcionarles la anatomía propia de la vejez, pueden sentirse a salvo de ser
el blanco de la lascivia masculina. No
hace falta indicar los lugares en donde son más propensas a padecer esta
modalidad de acoso, puesto que en todas partes están expuestas. Desde el auditorio de una iglesia, pasando
por la calle, hasta la sala de un velatorio.
Tampoco hace falta señalar que los parientes, los condiscípulos, los
compañeros de trabajo y los transeúntes ociosos son los encargados de hacerles
pasar malos ratos. ¿Qué mujer puede sentirse segura en
circunstancias como éstas? ¿Qué mujer
puede confiar plenamente en un hombre cuando ya ha sido víctima de la lujuria
de otro? ¿Qué mujer puede sentirse bien
con su cuerpo cuando éste supone un peligro para ella?
Se cree que un piropo obsceno no
es nada que amerite sanción, ni que un roce impropio sea castigable, ni que una
mirada descarada sea vituperable. Sin
embargo, todas estas acciones aparentemente intrascendentes pueden desembocar con el paso del tiempo en agresiones sexuales
cuyas repercusiones son difíciles de evaluar.
El acoso sexual -en todas sus formas- hacia las mujeres no es un asunto
menor, es un tema que precisa un estudio minucioso con el fin de hallar los
mejores mecanismos para prevenirlo y combatirlo. Hombres y mujeres debemos hacerle frente conjuntamente
a este flagelo. La indiferencia no sirve
para nada, el quedarse de brazos cruzados es una ofensa. En un mundo donde priva el desinterés por el
bien ajeno, urge hacer la diferencia trabajando con ahínco en pro de la
dignidad humana.
domingo, octubre 13, 2013
A cuarenta y cinco años del 68
“El hombre
ha dominado al hombre para perjuicio suyo”
sentenció categóricamente uno de los pensadores más agudos en la historia de la humanidad. Pocos podrían poner en tela de juicio la
veracidad de dicha observación ante el apabullante número de ejemplos que así
lo evidencian. El insaciable apetito de
poder y de dominación altera de tal modo
el raciocinio que en su consecución, el
hombre ha perpetrado actos de execrable brutalidad. No hay principio moral capaz de contener la
bestialidad de aquellos que buscan detentar el poder cueste lo que cueste. Y aquellos que ya tienen en sus manos el
mando con espantosa frecuencia se
auxilian de la violencia para consolidarse en él.
Hace cuarenta y cinco años en México
hubo un acontecimiento que puso de relieve lo que el ejercicio abusivo e irracional del poder puede tener
como resultado. El miércoles dos de
octubre de 1968 en una manifestación pacífica orquestada por universitarios que concentró entre cinco y
quince mil personas en la Plaza
de las Tres Culturas en Tlatelolco, unos mil quinientos soldados balacearon con
pistolas, metralletas y rifles de alto poder a jóvenes, adultos, mujeres,
ancianos y niños sin el menor rastro de compasión. David Vega, líder estudiantil que discursaba en el momento en que empezó el ataque
militar, nos cuenta parte de lo ocurrido:
“En mi turno al micrófono leí el
discurso con la enjundia y el entusiasmo
de mis 22 años. Al tratar el tema de los
locutores de televisión creció el entusiasmo mientras ingresaba a la plaza de
las Tres Culturas un grupo de ferrocarrileros prendiendo las señales que usan
para su comunicación. Un helicóptero había
dado varias vueltas sobre nosotros y en un momento, cuando sobrevolaba el
Edificio de Relaciones Exteriores, arrojó sobre la plaza una bengala verde, lo
que causó una ola de expectación en la masa reunida. Sonaron los primeros disparos, que ubiqué en
la parte interior del Edificio Chihuahua. (…)
A mis espaldas se escuchaban jaloneos y gritos; en la Plaza la gente se
arremolinaba y seguían los disparos. (…)
Siento un golpe contundente en la cabeza. Todo se me oscurece. Empiezo a caer, un instinto me reclama
incorporarme, caigo, me levantan a jalones y me encuentro ante tres individuos,
uno me pone una ametralladora Thompson en el estómago, “no te muevas hijo de la
chingada”, levanto las manos y los otros dos de guante blanco -integrantes del llamado Batallón
Olimpia- me golpean con la pistola, me tiran cachazos a la cara y retrocedo
hasta la pared con las manos en alto”.
David vega fue uno de los dos mil detenidos y golpeados a culatazos por el
ejercito en una acción que según un informe de la Presidencia de la República encabezada por
Gustavo Díaz Ordaz “acabó con el foco de
agitación que ha provocado el problema” y “que se garantiza la tranquilidad
durante los Juegos Olímpicos”. Juegos Olímpicos que se inauguraron el día 12
de octubre como si nada hubiese pasado diez días atrás, como si cientos de
universitarios y personas en general no hubieran muerto a golpes o por efecto
de las armas de fuego, como si muchos otros no hubieran desaparecido durante la
infame represión en Tlatelolco. En un
país cuyo único interés en ese entonces era granjearse el respeto y la
admiración de la comunidad internacional, era vital aplacar cualquier signo de
disgusto social a como diese lugar, si se quería ser una digna sede de los
Juegos que promueven - o que dicen que promueven- altos ideales humanos. Lo importante era mostrar una imagen
atractiva y decorosa ante las naciones extranjeras, poco importaba que no correspondiera
con la realidad repugnante y abyecta que sufrían los ciudadanos.
A cuarenta y cinco años la herida no
ha terminado de cerrarse y no cicatrizará hasta que no se satisfaga el deseo de
justicia de aquellos que aún la reclaman.
Aquel acto de represión efectuado
con saña y con el beneplácito del
gobierno federal no puede relegarse al olvido, como si el paso del tiempo
eximiera de su culpa y responsabilidad a
los involucrados. El olvido es otra arma
efectiva de los criminales. Olvidar las
injusticias es tanto como alentarlas.
Olvidar las injusticias es tanto como enajenar nuestra dignidad. Olvidar las injusticias es decirles a los
abusivos “he mira, no importa cuanto sufrimiento me causes, yo no diré nada,
estoy contento con ser el saco donde descargues tus golpes”.
No, no se trata de ser rencorosos, de desear venganza, sino de hacer
cumplir la ley, de exigirle su cumplimiento a las instituciones encargadas de
su impartición.
A cuarenta y cinco años de aquellos
sucesos en que tanto jóvenes universitarios –muchos de los cuales eran
simpatizantes de la ideología comunista–
como la población en general fueron víctimas de la intolerancia, de la
prepotencia, del salvajismo institucional, debemos analizar con ojo crítico –y
muy crítico– el estado actual en que se
encuentran los órganos del país. ¿En
verdad hemos evolucionado como nación? ¿Podemos decir que el respeto a los
derechos humanos es uno de los pilares en los que hoy por hoy se sostiene el Estado? ¿Por qué pese a las experiencias vívidas
nuestro país sigue registrando casos de violencia y represión contra los ciudadanos que
ejerciendo su legítimo derecho a manifestarse salen a las calles a expresar su
inconformidad hacia el gobierno? ¿Por qué nuestro sistema judicial sigue dando
claras muestras de parcialidad, corrupción e incompetencia? Hay muchas más preguntas que hacerse, hay
muchos cuestionamientos más que debemos plantearnos y plantear a la autoridades
respectivas. Como sucede con los seres humanos, una nación no avanza si no
empieza su transformación desde sus cimientos.
Y una nación que no avanza, es una nación estéril.
A cuarenta y cinco años de la
masacre en Tlatelolco, México todavía nada sobre la escoria, y parece que así
seguirá por mucho tiempo más. A
cuarenta y cinco años la memoria todavía
duele.
miércoles, octubre 09, 2013
¡Vamos al sobre!
Un día en el “sobre ruedas” es como una noche
en la feria sólo que sin los juegos
mecánicos ni los fuegos
artificiales. Es introducirse en una
nube de compradores cuya densidad mengua conforme declina el día. Es probar las
amargas mieles del bajo poder adquisitivo.
Es fantasear un rato, es creer por un instante y nada más por un
instante que estamos en alguno de los grandes centros comerciales de New York o
de París mientras nos probamos un pantalón estadounidense de factura china,
vietnamita o mexicana. Un día en el “sobre
ruedas” es un día en que se luce en las muñecas la libertad y la serenidad: las
pulseras que el detector de metales de la fábrica confinó a los muros silentes
del hogar.
El
mercado ambulante, el provisional, el que apuesta por un nomadismo sedentario,
el mejor conocido como “sobre ruedas” o como
“la mesilla” o simplemente como “el sobre”,
forma parte indisoluble del paisaje comercial de Tijuana.
Llega a establecerse un día en particular de
la semana en las calles más transitadas y por temporadas peligrosas de los
barrios populares y de algunos
fraccionamientos clasemedieros. Desde
muy temprano invita a su feligresía a rendirle culto al Santo Niño Consumido
patrono de las clases subterráneas, inferior en categoría y en número de
creyentes al Santo Niño Consumismo patrono de la clase divino-celestial. Llega pero con la intención de irse, llega
para no quedarse, para no echar raíces en las aceras suburbanas porque por eso
es “sobre ruedas”, su destino es ir de
acá para allá sobre los neumáticos gastados de las camionetas o trocas como
usted guste llamarle, que una imaginación aún no dañada por las series de
televisión estadounidenses podría comparar con los camellos cargados de mercancías de las antiguas caravanas
árabes.
Su constante movilidad nos
recuerda que las oportunidades nunca deben desaprovecharse, y mucho menos las oportunidades comerciales, a
las ofertas hay que tomarlas en el acto quién sabe si la próxima vez las veamos,
quién sabe si la próxima vez encontremos
zapatos de marca tan baratos, quién sabe si la próxima vez hallemos esa
computadora portátil con la última versión de Windows desechada por algún
riquillo cansado de las obsoletas cosas nuevas.
Universitarios
sin libros que los delaten como tales, estudiantes con pinta de futuros capos,
amas de casa con sus hijos en brazos y en carreolas, madres solteras en busca
del casamiento, obreros redimidos momentáneamente de la maquiladora, mecánicos
graciosamente engrasados, albañiles de cemento y cal, maestros que pasean como
los chiquillos a los que reprueban por saber más que ellos, adolescentes en
busca de conquistas, mendigos que vienen a hacerle compañía a los perros
callejeros, prostitutas y homosexuales, drogadictos y carteristas, predicadores con Biblia y altavoz en mano,
parejas de novios en buscan de un mejor objeto de su amor, componen entre otros
grupos la amplía y heterogénea clientela
que recorre lenta o apresuradamente, según el estado del tiempo emocional, los
pasillos del mercado móvil.
Allí las puertas están abiertas para todos los
que quieran entrar, aunque son mejor recibidos aquellos que gustan de hacer sus
compras con dinero contante y sonante, las únicas tarjetas que se ven circular
son las tarjetas telefónicas que expenden en el cubículo de una compañía de
telefonía celular. Las diferencias se
pasan por alto, todos son bienvenidos en el paraíso de las compras al por mayor
con poco capital.
Mientras
se camina o se intenta caminar entre la gente apiñada, los automóviles y los
puestos, el olor de la comida típica
embriaga la nariz hasta dejarla
fuera de combate. Uno no sabe que olor
es el más seductor, el que va a ganar la batalla del antojo. Por un lado está el aroma de la carne asada
con sus frijoles negros, y por otro el de la birria, las carnitas, el
chicharrón, el menudo y la infaltable pizza.
A veces la comida pone en jaque al sentido del olfato. Qué diferentes serían las compras sin un
lugarcito donde detenerse a descansar y para aprovechar el tiempo, satisfacer
el hambre que queda después de haber satisfecho el apetito de artículos en
oferta.
Así pues, los puestos de comida instalados en
el área que el resto de la semana le pertenece a los botes de basura y a
los vehículos, ofrecen un servicio inestimable para los visitantes del
sobre-ruedas. Amigos y familias enteras
se sientan en torno a mesas de plástico con vestigios aún frescos del festín
anterior y se disponen a disfrutar de los exquisitos platillos de doña Chole o
como sea que se llame esa diosa de la cocina de ocasión. Un pequeño vistazo u oidazo a sus
conversaciones nos permiten conocer más a plenitud el espíritu humano, y en
particular el espíritu tijuanense. No
hay nada como una buena comida para desahogarse con un agradable sabor de boca. ¿Y de qué se habla en los comedores
provisionales del sobre-ruedas? Se habla del trabajo en la fábrica que se
vuelve cada día más pesado, del jefe que no se toca el corazón a la hora de
rebajar el sueldo por un retardo, de la enfermedad de la madre que no sólo se
acaba a la madre sino también los ahorros de la familia, de la chica que por
hermosa es inalcanzable, del chico que por mujeriego es el sueño de todas, del
partido de soccer y de la vaquita perdida nuevamente, de la telenovela de moda,
de la balacera en la que se murió el hermano del vecino, de lo “suave” que es
la vida del otro lado de la frontera, del incremento de los impuestos y del
bajo salario, de los viejos amores, del terruño que se tuvo que dejar porque
“allá está jodido, uno se muere de hambre” y de tantas otras cosas más que la
memoria se niega a retener por más vitaminas y suplementos alimenticios que uno
ingiera.
Pero
al “sobre ruedas” no se va a comer, ese
no es el objetivo principal, se va a comprar, a comprar lo que el sueldo menos
el ISPT, el ISR, la cuota del IMSS y del INFONAVIT, y el resto de impuestos que
se nos imponen para mantener nuestro glorioso nivel de vida, permite comprar. Al llamado del “pásele, pásele, pruébeselo
sin compromiso” acuden las y los compradores a los puestos de ropa nueva o
semi-nueva. Los pantalones vaqueros de
marca a cien pesos son irresistibles, el abrigo a cincuenta pesos no puede
dejarse, las prendas a dos pesos son la locura, las minifaldas a un precio de
risa quién diablos las dejaría. Qué
importa que los probadores improvisados se ubiquen en medio de mirones
imprudentes, qué importa que la camisa
escogida tenga manchas sumamente raras pero que aún así combina con el pantalón
caqui, que importan esos detalles si en la siguiente “party” los amigos se
quedaran boquiabiertos.
Y mientras unos compran ropa
otros van por herramientas, por gafas para sol, por útiles escolares, por
bicicletas, por refacciones, por chucherías con que adornar los rinconcitos de
la casa de interés social, y por una larga lista de cosas que el lector preferirá conocer por sí
mismo. Al “sobre ruedas” se va a comprar
y a olvidar, a pensar y a dejar de pensar, a pasear con el perro y con la perra
soledad, a tener charlas informales que sólo ahí pueden tener lugar, a convivir con otros
seres humanos que padecen la misma suerte que uno, a pasar con la familia un
humilde rato agradable que compense -no del todo, por supuesto- la
imposibilidad de disfrutar de otras distracciones por falta de recursos.
Para
conocer la idiosincrasia de Tijuana basta con ir al “sobre ruedas”. No trate de entender a la ciudad mediante libros,
hágalo leyendo los rostros, los gestos, los ademanes, el vocabulario de
su gente que se da cita en el mercado ambulante. El alma de las ciudades está en sus
ciudadanos. Tómese el tiempo para conocer a las mujeres y a los hombres que con
una sonrisa extraída de su habitual estado vegetativo desfilan por los pasillos
congestionados del “sobre” y empápese un
poquito tan sólo un poquito de su historia, quizá descubra que el “vamos al
sobre” no es otra cosa que el preludio de una gran excursión por las entrañas
humanas de esta nuestra ciudad de concreto blanco.
Encuentro
“Con
diez cañones por banda,
Viento en popa, a toda vela,
No corta el mar, sino vuela,
Un velero bergantín”.
- José de Espronceda
Un homenaje indirecto a Lorca
Catalejo en mano
Desde proa dominando el panorama,
Afina la vista el capitán,
Creyó haber avistado
Llameantes hipocampos saliendo
De la morena matriz de la mar.
Sin embargo,
Nunca hubo nada semejante,
Todo fue obra de su imaginación
Alterada por el exceso de sal.
Después de mucho navegar
El océano se vuelve desierto
Para el navegante sediento de tierra
Y de espejismos marítimos fecundo.
El anclado buque rechina
Al suave golpeteo del oleaje
Mientras embarga al marino
Una tristeza de arena y coral.
Toma asiento cerca del mástil
Y anudando las pálidas manos,
Extiende sus torvas reflexiones
Más allá de la Osa Mayor.
Su taciturno corazón agonizante
En otro tiempo blanca ballena
Que defendía sus pulcras aguas
Contra la invasión de barcos mercenarios,
Expulsa gruesas escamas de sangre.
Hoy desprovisto de tripulación
Un fantasmal bajel capitanea.
¡Qué terrible tragedia vivida
Por el almirante circundado de espectros;
Ay, cuanto dolor el del hombre
Cuya red no puede pescar estrellas!
No existe mar, isla o puerto
A que su tesón no lo haya llevado:
Todo marinero de buena laya
Sabe que cuando el viento comba las velas
A la aventura está siendo llamado.
A pesar de ello
La felicidad, la satisfacción, la euforia,
Jamás en su alma han encallado;
Bien sabido es que la plenitud genuina
No es corriente perla de ostra humana cualquiera,
Nace en aquellas que superan
Su insulso destino de molusco,
Y el aún no lo supera.
¡Atención algo pasa, algo sucede!
Nuestro atormentado hombre de espuma
Pegó un brinco de su asiento.
Viento en popa, a toda vela,
No corta el mar, sino vuela,
Un velero bergantín”.
- José de Espronceda
Un homenaje indirecto a Lorca
Catalejo en mano
Desde proa dominando el panorama,
Afina la vista el capitán,
Creyó haber avistado
Llameantes hipocampos saliendo
De la morena matriz de la mar.
Sin embargo,
Nunca hubo nada semejante,
Todo fue obra de su imaginación
Alterada por el exceso de sal.
Después de mucho navegar
El océano se vuelve desierto
Para el navegante sediento de tierra
Y de espejismos marítimos fecundo.
El anclado buque rechina
Al suave golpeteo del oleaje
Mientras embarga al marino
Una tristeza de arena y coral.
Toma asiento cerca del mástil
Y anudando las pálidas manos,
Extiende sus torvas reflexiones
Más allá de la Osa Mayor.
Su taciturno corazón agonizante
En otro tiempo blanca ballena
Que defendía sus pulcras aguas
Contra la invasión de barcos mercenarios,
Expulsa gruesas escamas de sangre.
Hoy desprovisto de tripulación
Un fantasmal bajel capitanea.
¡Qué terrible tragedia vivida
Por el almirante circundado de espectros;
Ay, cuanto dolor el del hombre
Cuya red no puede pescar estrellas!
No existe mar, isla o puerto
A que su tesón no lo haya llevado:
Todo marinero de buena laya
Sabe que cuando el viento comba las velas
A la aventura está siendo llamado.
A pesar de ello
La felicidad, la satisfacción, la euforia,
Jamás en su alma han encallado;
Bien sabido es que la plenitud genuina
No es corriente perla de ostra humana cualquiera,
Nace en aquellas que superan
Su insulso destino de molusco,
Y el aún no lo supera.
¡Atención algo pasa, algo sucede!
Nuestro atormentado hombre de espuma
Pegó un brinco de su asiento.
Miró algo en babor
Que estupefacto lo ha dejado
¿Será otra alucinación nocturna,
Un juego desquiciado de su mente?
Observa atento, luego se vuelve,
Ve una vez más y de nuevo desvía la mirada,
La niebla obstruye su visión.
Duda, duda, duda, ¿será posible?:
“¡Oh viejo barco mío será posible?
¿Si las sirenas no existen… Verdad?
¿Tú y yo lo sabemos… Verdad?
¡Diantres!
¿Entonces esa figura
A que ser corresponde?
¡¡No, no es una sirena!!
¡Fijaos bien, se trata de una mujer!”.
En efecto,
Del lado izquierdo de la embarcación
Encima de la roída barandilla
Una esbelta doncella flota entre la niebla;
Dótala de enorme elegancia
Un ceñido vestido obscuro;
Adornándole ambas sienes están
Los labios rosados de un caracol;
Y como mascada en el cuello ostenta
Un brillante pañuelo de algas azules.
-¡Dios!- exclama el marino.
-He enloquecido. A tal condición
Condujéronme estos solitarios años
A la vela en busca del muelle
En el cual jamás atracaré.
Dicho lo anterior irrumpe
En una estentórea carcajada.
Carcajea, carcajea sin freno
Se convulsiona, tose, escupe,
Echa espumarajos por la boca,
Se rasga las ropas,
Se rasga las carnes,
Pierde el conocimiento.
La ingrávida mujer
Que hasta entonces veía
Todo sin inmutarse
Desciende paulatinamente.
Arrodillada
Cerca del maltrecho desfallecido
Alza sus brazos al horizonte
De donde hacia el cuerpo inerte bajan
Gaviotas, pelícanos y albatros.
Ella lo mira mira,
Ella lo está mirando.
Lo mira risueña,
Piadosa, amable, fraterna,
Curiosa, jovial.
Lo mira como quien ve desde las alturas
La longitud inmedible del abismo;
Como quien contempla una rosa
Derramar savia negra;
Como quien pasa revista a las ruinas
De un imperio desolado por la espada;
Como quien analiza la modalidad
Más horrenda en que se revela la muerte.
Ella lo mira mira,
Ella lo está mirando.
-¡Dios santo! Mi demencia
Con el discurrir del tiempo agrava-
Murmura el capitán que despertando
Advierte unos femeniles ojos posados en él
Y un mare magnun de aves alrededor.
Prorrumpe en llanto, en copioso llanto,
Semejando un mísero chicuelo amilanado
Ante sus temores escondidos bajo el lecho.
¡Oh qué pena, qué desgracia,
Cuando un hombre llora
Se encrespan las olas del mar!
A cierta señal de la enigmática criatura
Las avezuchas rodean al capitán
Y generando una corriente de aire
Lo sostienen, para su sorpresa, en vilo.
Hace cesado su lloro, ya no gime,
Ahora es aterrorizada presa
Del miedo y de la confusión.
“Qué ocurre. Sé de cierto
Que esto es una mera ilusión,
No obstante, percibo todo
Como si fuese realidad”
Piensa, en tanto mira
Sus pies suspendidos en el aire.
Incorporada
La extraña mujer enlutada
Con un dejo de ironía sonríe
Al reparar en la incertidumbre
Del hombrecillo de mar.
Mas su sonrisa no es de burla,
Sino de tierna amonestación
Dirigida al testarudo Aquel
Que la toma como vulgar delirio
De una locura inexistente.
Por la leve risilla
Sintiéndose agraviado
Nuestro terco personaje
En un arrebato de valor
Interpela:
-E…exijo me explique el por qué
De su afrentoso gesto festivo.
¿Acaso mi descabellado estado presente
Antójasele graciosa representación teatral?
Ande díg… dígnese responder ángel ignoto.
¿Debo consentir mofas encauzadas
a la humillación de mi persona?...
Nada contesta, como podría:
Fruto enajenante de vesania febril-.
¡Cielos! ¡Mirad!
De súbito ha caído
Con todo su peso sobre cubierta.
Debió romperse una costilla
Ya que se soba el lado izquierdo.
Con frenesí palpita su corazón,
Su presión sanguínea aumenta,
Transpira en abundancia;
No da crédito a lo sucedido.
Unas finas manos afiladas
Se ofrecen para levantarlo.
Las desaíra, las rechaza, impreca;
Pero de nada vale su negativa
Pues su estropeada voluntad
Termina cediendo.
“Manos tan delicadas
Nunca he estrechado”
Dice para sus adentros
Sorprendido de su impresión.
Frente a Frente
Ambos guardan
Un riguroso mutismo.
El primer contacto
Lleno de sensibilidad
Los ha petrificado.
Él empieza a creer en ella,
Ella ya no duda de sí misma;
Él admite una emoción nueva,
Ella es una emoción contenida;
Él recuerda que es un ser humano,
Ella logró al fin humanizarse;
Él comprende ya su porvenir,
Ella lo sabía desde un principio.
Ella y él cristalizan
Sentimientos de belleza inefable
En un idilio nebuloso.
En lo sucesivo
Nuestro almirante cascarrabias
Ya no surcará los mares
Acompañado solo de fantasmas,
Puesto que también se hace acompañar
De la bella dama de negro.
Irán
Hasta los confines de la tierra,
Burlarán a los piratas del tiempo,
Descubrirán tesoros enmohecidos,
Conquistarán las islas de la muerte.
Todo lo realizarán
Juntos, unidos,
Inseparables, indivisibles;
Porque lo una vez en lazado
En la sombría catedral de la noche
No está sujeto al carácter
Temporal de las cosas mortales.
Que estupefacto lo ha dejado
¿Será otra alucinación nocturna,
Un juego desquiciado de su mente?
Observa atento, luego se vuelve,
Ve una vez más y de nuevo desvía la mirada,
La niebla obstruye su visión.
Duda, duda, duda, ¿será posible?:
“¡Oh viejo barco mío será posible?
¿Si las sirenas no existen… Verdad?
¿Tú y yo lo sabemos… Verdad?
¡Diantres!
¿Entonces esa figura
A que ser corresponde?
¡¡No, no es una sirena!!
¡Fijaos bien, se trata de una mujer!”.
En efecto,
Del lado izquierdo de la embarcación
Encima de la roída barandilla
Una esbelta doncella flota entre la niebla;
Dótala de enorme elegancia
Un ceñido vestido obscuro;
Adornándole ambas sienes están
Los labios rosados de un caracol;
Y como mascada en el cuello ostenta
Un brillante pañuelo de algas azules.
-¡Dios!- exclama el marino.
-He enloquecido. A tal condición
Condujéronme estos solitarios años
A la vela en busca del muelle
En el cual jamás atracaré.
Dicho lo anterior irrumpe
En una estentórea carcajada.
Carcajea, carcajea sin freno
Se convulsiona, tose, escupe,
Echa espumarajos por la boca,
Se rasga las ropas,
Se rasga las carnes,
Pierde el conocimiento.
La ingrávida mujer
Que hasta entonces veía
Todo sin inmutarse
Desciende paulatinamente.
Arrodillada
Cerca del maltrecho desfallecido
Alza sus brazos al horizonte
De donde hacia el cuerpo inerte bajan
Gaviotas, pelícanos y albatros.
Ella lo mira mira,
Ella lo está mirando.
Lo mira risueña,
Piadosa, amable, fraterna,
Curiosa, jovial.
Lo mira como quien ve desde las alturas
La longitud inmedible del abismo;
Como quien contempla una rosa
Derramar savia negra;
Como quien pasa revista a las ruinas
De un imperio desolado por la espada;
Como quien analiza la modalidad
Más horrenda en que se revela la muerte.
Ella lo mira mira,
Ella lo está mirando.
-¡Dios santo! Mi demencia
Con el discurrir del tiempo agrava-
Murmura el capitán que despertando
Advierte unos femeniles ojos posados en él
Y un mare magnun de aves alrededor.
Prorrumpe en llanto, en copioso llanto,
Semejando un mísero chicuelo amilanado
Ante sus temores escondidos bajo el lecho.
¡Oh qué pena, qué desgracia,
Cuando un hombre llora
Se encrespan las olas del mar!
A cierta señal de la enigmática criatura
Las avezuchas rodean al capitán
Y generando una corriente de aire
Lo sostienen, para su sorpresa, en vilo.
Hace cesado su lloro, ya no gime,
Ahora es aterrorizada presa
Del miedo y de la confusión.
“Qué ocurre. Sé de cierto
Que esto es una mera ilusión,
No obstante, percibo todo
Como si fuese realidad”
Piensa, en tanto mira
Sus pies suspendidos en el aire.
Incorporada
La extraña mujer enlutada
Con un dejo de ironía sonríe
Al reparar en la incertidumbre
Del hombrecillo de mar.
Mas su sonrisa no es de burla,
Sino de tierna amonestación
Dirigida al testarudo Aquel
Que la toma como vulgar delirio
De una locura inexistente.
Por la leve risilla
Sintiéndose agraviado
Nuestro terco personaje
En un arrebato de valor
Interpela:
-E…exijo me explique el por qué
De su afrentoso gesto festivo.
¿Acaso mi descabellado estado presente
Antójasele graciosa representación teatral?
Ande díg… dígnese responder ángel ignoto.
¿Debo consentir mofas encauzadas
a la humillación de mi persona?...
Nada contesta, como podría:
Fruto enajenante de vesania febril-.
¡Cielos! ¡Mirad!
De súbito ha caído
Con todo su peso sobre cubierta.
Debió romperse una costilla
Ya que se soba el lado izquierdo.
Con frenesí palpita su corazón,
Su presión sanguínea aumenta,
Transpira en abundancia;
No da crédito a lo sucedido.
Unas finas manos afiladas
Se ofrecen para levantarlo.
Las desaíra, las rechaza, impreca;
Pero de nada vale su negativa
Pues su estropeada voluntad
Termina cediendo.
“Manos tan delicadas
Nunca he estrechado”
Dice para sus adentros
Sorprendido de su impresión.
Frente a Frente
Ambos guardan
Un riguroso mutismo.
El primer contacto
Lleno de sensibilidad
Los ha petrificado.
Él empieza a creer en ella,
Ella ya no duda de sí misma;
Él admite una emoción nueva,
Ella es una emoción contenida;
Él recuerda que es un ser humano,
Ella logró al fin humanizarse;
Él comprende ya su porvenir,
Ella lo sabía desde un principio.
Ella y él cristalizan
Sentimientos de belleza inefable
En un idilio nebuloso.
En lo sucesivo
Nuestro almirante cascarrabias
Ya no surcará los mares
Acompañado solo de fantasmas,
Puesto que también se hace acompañar
De la bella dama de negro.
Irán
Hasta los confines de la tierra,
Burlarán a los piratas del tiempo,
Descubrirán tesoros enmohecidos,
Conquistarán las islas de la muerte.
Todo lo realizarán
Juntos, unidos,
Inseparables, indivisibles;
Porque lo una vez en lazado
En la sombría catedral de la noche
No está sujeto al carácter
Temporal de las cosas mortales.
Poema sencillo
GARRAPATEO INDOLENTE ESTE FAMÉLICO POEMA
PARA QUE LO SACIES DE MANJARES O CHATARRA,
DE OLVIDOS COMPLETOS O RECUERDOS MUTILADOS,
DE AUSENCIAS COMPACTAS O PRESENCIAS ABULTADAS,
DE SILENCIOS EN COMA O BULLAS CONVALECIENTES.
TE ENTREGO ESTE RESIGNADO POEMA EN BANCA ROTA
SIN AHORROS, AFORE, MEMBRESIA O CELULARES,
PARA QUE RAPIDAMENTE LO RECAPITALICES
CON TUS ACCIONES DE SONRIZAS DESINFECTADAS,
CON TUS CHEQUES DE ABRAZOS CON FONDO ILIMITADO.
TE ENTREGO ESTE FAMÉLICO POEMA
PARA QUE LO ADOPTES Y DEJE DE SER
EL HIJO DE NADIE.
PARA QUE LO SACIES DE MANJARES O CHATARRA,
DE OLVIDOS COMPLETOS O RECUERDOS MUTILADOS,
DE AUSENCIAS COMPACTAS O PRESENCIAS ABULTADAS,
DE SILENCIOS EN COMA O BULLAS CONVALECIENTES.
TE ENTREGO ESTE RESIGNADO POEMA EN BANCA ROTA
SIN AHORROS, AFORE, MEMBRESIA O CELULARES,
PARA QUE RAPIDAMENTE LO RECAPITALICES
CON TUS ACCIONES DE SONRIZAS DESINFECTADAS,
CON TUS CHEQUES DE ABRAZOS CON FONDO ILIMITADO.
TE ENTREGO ESTE FAMÉLICO POEMA
PARA QUE LO ADOPTES Y DEJE DE SER
EL HIJO DE NADIE.
Augurio
Y
hoy que tenía la agenda llena. No tengo
alternativa, tendré que recandelarizar mis compromisos, ya habrá un día libre de aves mal agoreras. No, no es una locura. Qué me garantiza que no
vaya a ocurrirme una desgracia tan solo poner un pie en la calle. Aún no
sale al mercado un dispositivo anticalamidades portátil. Sí, tengo miedo, irrazonable si se quiere,
pero quién en este oscuro, dolorido y supersticioso mundo no lo tiene. No importa la causa del miedo, la angustia es
la misma. Ya a otros por no hacer caso
de las señales les ha ido como en feria,
los han atropellado, asaltado, estafado, violado y contratado como
audiencia para programas de televisión. Sería
una fatal imprudencia de mi parte ignorar los mensajes de advertencia, y yo soy
un hombre acostumbrado a actuar con sensatez.
No, este día será de encierro forzoso, afortunadamente Internet evitará
que sienta claustrofobia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)