martes, octubre 15, 2013

Hombres necios...


“Hombres necios que acosáis­/a la mujer con pasión”, pudiese ser la versión actualizada de esos versos octosílabos tan conocidos y aclamados por las mujeres hispanoamericanas.  Si Juana de Asbaje y Ramírez viviera hoy, sin duda alguna utilizaría su valiente y contundente pluma para denunciar el hostigamiento constante del cual son objeto las mujeres alrededor del mundo.  No importa que estemos en el siglo XXI, como si el solo hecho de estarlo equivaliera a haber destruido las barreras divisorias que por centurias han existido.  La situación de la mujer en algunos países es comparable a la que prevalecía en el medioevo.
            Ya sea a causa de la religión, la tradición o la ideología, el status de la mujer en la mayoría de las sociedades, salvo contadas excepciones, siempre ha sido inferior al del hombre.  Siempre se le ha segregado o, en el mejor de los casos, considerado como simple objeto de ornato.  Lo que trae como consecuencias el que no se le permita desarrollar su potencial, el que se le impida hacer aportaciones importantes para el bien colectivo, el que se carezca de su perspectiva única en la resolución de cuestiones de primer orden, el que se le orille a llevar una vida dependiente y por lo tanto sofocante, y el que se le trate de forma indigna, humillante y vil. Quizá esto último represente el aspecto de mayor repulsión en el tratamiento  hacia el llamado sexo débil.
            De acuerdo con lo anterior, el acoso sexual sería uno de los tratos más deplorables dispensados a las mujeres.   En términos generales, ellas lo empiezan a sufrir desde la pubertad  y no se ven libres de él hasta que están muy entradas en años.  Sólo cuando la edad se encarga de proporcionarles la anatomía propia de la vejez, pueden sentirse a salvo de ser el blanco de la lascivia masculina.  No hace falta indicar los lugares en donde son más propensas a padecer esta modalidad de acoso, puesto que en todas partes están expuestas.  Desde el auditorio de una iglesia, pasando por la calle, hasta la sala de un velatorio.  Tampoco hace falta señalar que los parientes, los condiscípulos, los compañeros de trabajo y los transeúntes ociosos son los encargados de hacerles pasar malos ratos.   ¿Qué mujer puede sentirse segura en circunstancias como éstas?  ¿Qué mujer puede confiar plenamente en un hombre cuando ya ha sido víctima de la lujuria de otro?  ¿Qué mujer puede sentirse bien con su cuerpo cuando éste supone un peligro para ella?
Se cree que un piropo obsceno no es nada que amerite sanción, ni que un roce impropio sea castigable, ni que una mirada descarada sea vituperable.  Sin embargo, todas estas acciones aparentemente intrascendentes pueden desembocar  con el paso del tiempo en agresiones sexuales cuyas repercusiones son difíciles de evaluar.  El acoso sexual -en todas sus formas- hacia las mujeres no es un asunto menor, es un tema que precisa un estudio minucioso con el fin de hallar los mejores mecanismos para prevenirlo y combatirlo.  Hombres y mujeres debemos hacerle frente conjuntamente a este flagelo.  La indiferencia no sirve para nada, el quedarse de brazos cruzados es una ofensa.  En un mundo donde priva el desinterés por el bien ajeno, urge hacer la diferencia trabajando con ahínco en pro de la dignidad humana.

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